LA FUNDAMENTACIÓN DE UNA ÉTICA LAICA

Una acusación que normalmente se lanza a cualquier tipo de ética que prescinda de la referencia a un Dios creador, o a algún mandato o conjunto de mandatos divinos  para discriminar entre lo bueno y lo malo, es que ella está condenada irremediablemente a sustentar un relativismo moral.

Precisamente uno de los argumentos utilizados por los creyentes para “probar” la existencia de Dios, consiste en aducir la existencia de normas morales absolutas que todo el mundo a través de la historia ha reconocido. La existencia de estas normas morales absolutas proviene según este argumento, de alguien que está por encima de los sujetos y que por lo tanto, les otorga el estatus objetivo a dichas normas. En otras palabras, la existencia de leyes morales exige la existencia de un legislador que las dicte: el legislador supremo, Dios.
Si Dios no existiese, según esto, no habría fundamento para normas objetivas y todo quedaría en manos de la subjetividad y de la arbitrariedad humana.
La pregunta que subyace a este argumento es ¿Por qué encontramos a pesar de las diferencias históricas y culturales, normas semejantes en todo el mundo?

Desmond Morris, en su famoso libro el Zoo Humano, describe cómo, antes de que aparecieran las ciudades, el hombre vivía en pequeños grupos de aproximadamente ochenta personas que iban de un lugar a otro cazando y recolectando. Los grupos poco numerosos permitían el involucramiento de unos con otros de tal forma, que finalmente se generaba una especie de gran familia. Los niños de diferentes madres crecían juntos, la mujeres se dedicaban a las labores de recolección y los hombres iban a la caza, la propiedad comunitaria estrechaba esos lazos, los cuales, no solo se construían a partir de la necesidad de la sobrevivencia del individuo desde la fortaleza del grupo, sino que también estaban conformados por verdaderos sentimientos de afecto.
De esta forma los conflictos que podían surgir eran tratados por el grupo de ancianos, o por el brujo de la comunidad, y la gente vivía en la percepción de seguridad, pues todos se conocían entre sí.
En este estado de cosas las leyes escritas no eran necesarias, todos confiaban  y en los problemas, se atendía caso por caso.

Las normas morales implícitas se daban en el marco de la empatía proporcionada por la cohabitación y la necesidad del grupo para conservarse.
Morris plantea que cuando el hombre comienza a vivir en ciudades, estos lazos de hermandad se rompen. Ya no es posible conocer a todos y cada uno, ya no se sabe que intenciones trae el otro, ya no se siente afecto por los desconocidos y entonces se les puede dañar con menos angustia. Todo esto exige entonces que se creen leyes escritas, para que la comunidad pueda mantenerse y conservarse y no se hunda en el caos y por ahí derecho se erijen todas las instituciones (Justicia, gobierno, religiosa, administrativa) que terminan por convertir al ser humano en alguien “civilizado”.

Esta visión de Desmond Morris, nos ilustra sobre algo que está muy bien estudiado por la arqueología y la historia: las normas morales surgen de sentimientos de empatía y también de la percepción racional del ser humano, sobre lo que es conveniente para sobrevivir grupalmente.

Aunque las ciudades terminan por disminuir la empatía que sienten entre si los miembros de una comunidad, ésta no desaparece por completo. De hecho, numerosos estudios psicológicos contemporáneos muestran las estructuras de la empatía a partir de diferentes procesos, como la imitación, la representación compartida, el contagio emocional y otros que manifiestan que ella es un sentimiento natural del ser humano hacia otros seres humanos o inclusive hacia otros seres vivos.

Solo con estos dos factores (empatía y sobrevivencia grupal) se puede entender fácilmente, sin acudir a elementos sobrenaturales el  por qué existe una variedad de normas comunes a todas las sociedades humanas. Por ejemplo, el valor de la verdad, la condena al asesinato, el robo, e inclusive el cuidado de los viejos, son ejemplos de normas que se pueden explicar desde esta perspectiva.
No es necesario invocar una autoridad extranatural que dicte las leyes éticas a los humanos, sino que ellos mismos son capaces de encontrarlas en su interacción y en su devenir histórico.

Los retos a los que se ha enfrentado el ser humano tanto en la convivencia con sus congéneres, como en su relación con el entorno, han sido fundamentalmente los mismos y por lo tanto, las respuestas han resultado en muchos casos extremadamente semejantes.
Ahora bien, lo que si queda claro es que en el marco de esos elementos fundamentales que generan normas iguales o semejantes, el ser humano se reconoce a sí mismo como sujeto y objeto de la moralidad, es decir, es consciente (o al menos lo va siendo progresivamente) que las normas lo obligan solo a él (no a los animales) y que en último término también lo benefician a él.[i]
La referencia ética se encuentra entonces en el mismo ser humano y se va consolidando cada vez más, a medida que el ser humano va desarrollando su pensamiento y su observación de la naturaleza. De esta manera se llega al concepto de PERSONA, concepto que termina por brindar un marco seguro y estable para la construcción de un sistema ético laico.

Antropología de la Persona

Las notas que en la ilustración asignaron a la persona eran unas pocas: racionalidad. Sociabilidad y voluntad. Desde esa época, el conocimiento que se tiene sobre el ser humano se ha ampliado sustancialmente, profundizando esas notas, situándolas, demarcándolas de mejor manera, y elaborándolas de forma más compleja.
La incursión de los análisis científicos al estudio del ser humano, ha dado numerosos datos fácticos que han contribuido a generar una visión más integral del hombre.

Desde el punto de vista biológico el animal humano se ha clasificado como mamífero superior. Pero esta clasificación ha permitido también caracterizarlo como un animal deficiente. Arnold Gehlen, destaca cómo el animal humano es altamente desprovisto de las herramientas que tienen los otros animales, el ser humano no posee mecanismos de defensa y ataque, su piel no presenta ningún tipo de protección, no tiene instintos que le asignen comportamientos prefijados genéticamente.
Lo anterior permite establecer al menos tres rasgos que según Gehlen diferencian al ser humano de los otros animales.[ii]

1. El hombre no posee instintos. En el ser humano se ha efectuado un desmontaje de los instintos, a lo sumo, en el hombre se habla de reflejos, pero estos son reacciones involuntarias, mientras que los instintos son mecanismos de acción mucho más complejos, que dotan a cada especie de comportamientos estereotipados cargados en su información genética.
Por ejemplo el patito no necesita a la madre para copiar su comportamiento, en un famoso experimento de Konrad Lorenz, se muestra como un pequeño pato, que fue empollado y “criado” por una gallina clueca, busca el agua, no picotea el maíz sino que busca comida en el barro, a pesar de los intentos de la madre adoptiva para que no haga esas cosas. En el ser humano, el aprendizaje modélico proporcionado por sus congéneres es esencial.

2. Carencia de un entorno etológico específico. El hombre no es un animal adaptado, es decir, se puede decir que determinados animales están adaptados para vivir en el frió intenso o en la selva tropical. Esta adaptación significa que las especies tienen dentro de sí los recursos biológicos necesarios para poder responder adecuadamente a las exigencias del ambiente. El ser humano no está acomodado a ningún entorno, no posee herramientas biológicas predeterminadas para sobrevivir en un entorno natural específico:
“Como consecuencia de su primitivismo orgánico y su carencia de medios, el hombre es incapaz de vivir en cualquier esfera de la naturaleza realmente natural….el hombre, en contraposición a casi todos los animales, no tiene una zona existencial geográfica natural e infranqueable”[iii]

3. Por último: El hombre presenta una estadía demasiado prolongada en el seno materno. A diferencia de las otras especies en las que al nacer, el animal a los pocos momentos ya está listo para caminar, correr y en general para responder al entorno y sobrevivir en él. En el hombre esto no sucede, sino todo lo contrario, el ser humano nace completamente indefenso, necesita pasar un periodo exageradamente extenso en compañía de sus padres. Esto obviamente tiene un sentido, pues al nacer sin herramientas predeterminadas genéticamente para sobrevivir en su entorno, necesita él si,  aprender las formas, usos, técnicas  y costumbres de su grupo social.

Lo dicho en esta  última parte, es lo que finalmente según Gehlen diferencia al hombre de los animales. El ser humano es un ser inacabado que tiene que hacerse, que es una tarea para sí mismo, que está abierto al mundo. Esta precariedad biológica obliga al hombre a recubrirse de un segundo cuerpo que le posibilite la supervivencia en el mundo: la cultura. La creación de cultura, le permite al ser humano no adaptarse al ambiente, sino adaptar el ambiente a sus posibilidades. La cultura constata la inteligencia del ser humano. El ser humano piensa y su pensamiento se da en forma de lenguaje, lenguaje que además manifiesta su carácter comunicativo y social.

El hombre es entonces un animal simbólico diría Cassirer, entre el sistema receptor y efector que se da de manera directa en todas las demás especies animales, en el ser humano se produce el pensamiento, en medio de ese estímulo respuesta se genera un constructo simbólico: el lenguaje, el mito, el arte, la política etc, los cuales retardan la respuesta y dejan al hombre enfrentándose consigo mismo en esos símbolos y no directamente con las cosas.
Estas características antropológicas especifican para utilizar la expresión Sheleriana, “el lugar del ser humano en el cosmos”, el ser humano es Persona y lo es porque de acuerdo a Zubiri posee los siguientes rasgos:

Reflexión completa
Los seres humanos van más allá de la percepción sensorial y estimúlica de los animales, los seres humanos no solo captan los objetos sino que aprehenden las realidades de esos objetos su interioridad, su intimidad.
Autoposesión
El ser humano es dueño de sí, es dueño de sus respuestas, es autor de su propia vida, la conduce y no es conducido por ella.
Autodeterminación
Como se decía anteriormente, el ser humano es libre de los mecanismos del instinto, puede negarse a dar una respuesta, posponerla o elegir deliberadamente cual es esa respuesta. Es libre para decidir.
La ciencia y la filosofía contemporánea terminan aunque de forma más compleja, corroborando las cualidades esenciales de la persona de antaño: ser racional, con capacidad de lenguaje, creador de cultura, libre y con voluntad.
La persona, es de acuerdo a esto, suficiente fundamento para la ética:
“La persona humana es el principio y el fin de la ética. Es el principio porque es en ella donde coloca la ética su fundamento, porque es su racionalidad de donde emanan los principios y las normas que van a constituir la moral, individualidad y colectiva. (…) Y es el fin de la ética porque el ordenamiento de las normas morales no puede tener otra intencionalidad que el bien de la persona, su felicidad, su realización como persona, su felicidad, sur realización, como individuo y como grupo”.[iv]
La dignidad de la persona es un fundamento ontológico suficiente y sólido para la ética, no es necesario acudir a fuentes sobrenaturales. Es el valor absoluto e incondicionado por la persona, basado en que es irrepetible e insustituible, no intercambiable porque no existe ningún equivalente[v] el que otorga las bases firmes y perennes de toda ética racional. (Véase también el post. Ilustración: El derecho como Ciencia).

Falacia naturalista, Derechos Humanos y Ética

Los derechos humanos brindan un adecuado marco para una ética contemporánea. La dignidad de la persona genera todo un sistema de derechos-deberes y valores, que respetan las diferencias culturales, las opiniones y las creencias. Los derechos son referentes mínimos para una armónica convivencia que otorgan las condiciones necesarias, para la satisfacción armónica de las necesidades y la consecución de las aspiraciones legítimamente humanas.
Son  precisamente esas necesidades humanas básicas que se desprenden de las características antropológicas de la persona, las que generan derechos y por tanto obligaciones morales para con los demás y para con uno mismo.
Los que argumentan la falacia naturalista se atrincheran en el postulado manido de que del ser no se puede pasar lógicamente al deber ser, pero en cuestión de derechos olvidan, que la naturaleza humana en la que se fundamentan, genera unas necesidades básicas en cada ser humano que legítimamente aspira y actúa para suplirlas.
Las necesidades humanas fundamentales, crean por así decirlo el mismo derecho, pues nadie ni nada tiene por que oponerse a que cada persona busque satisfacerlas respetando a su vez, la busqueda de los demás humanos.  La falacia naturalista no funciona para este caso.
La taxonomía de las necesidades humanas es magistralmente construida en el documento “Desarrollo a escala humana” de Manfred Max Neef y colaboradores, ellos elaboran  una matriz de necesidades y satisfactores que atienden a categorías ontológicas y axiológicas.


Es fácil advertir en estas necesidades, que los derechos humanos tal y como han sido desarrollados a través de los años, se proponen salvaguardar y promover las acciones de las personas, para que ellas alcancen a través de su satisfacción, la realización  plena de sus potencialidades como seres humanos y por lo tanto, la plenitud de su existencia.
Una ética sin Dios no solo es posible sino que ya es nuestra.
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[i] Aún en las normas religiosas se nota que ellas y los preceptos de adoración o veneración a Dios o a los Dioses, tienen como propósito asegurar un bien para el individuo y/o su grupo, en esta vida o en el más allá.
[ii] Gonzalez, William y Betancourt Juan. Manual de Filosofía Contemporánea. Universidad del Valle. Facultad de humanidades.1994. Pág. 182-183.
[iii] Gehlen Arnold. El Hombre. Salamanca. Ediciones Sígueme. ¡987. Citado por Gonzalez William, op Cit, pág. 183.
[iv] Marquinez German y otros. Filosofía perspectiva latinoamericana II. Editorial el Buho. 1994. Pág. 72.
[v] http://metyper.com/la-persona-como-fundamento-de-los-derechos-humanos/.

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